martes, 20 de octubre de 2015

Apuntes sobre antropología, patrimonio y espacio público

Esta es una entrada con fragmentos de la entrevista realizada a Manuel Delgado, experto en temas de patrimonio y espacio público. Dicho documento puede consultarse completo aquí. Lo reproducimos por las valiosas y agudas apreciaciones que se hacen sobre el concepto de Patrimonio; conceptos que pueden también contextualizarse en nuestro territorio de San Cristóbal. 

Entrevista realizada por:

Marcelo Godoy
Antropólogo, Dirección Museológica UACh, casilla 567, Valdivia, Chile. E-mail: marcelogodoy@uach. cl.
Francisca Poblete
Antropóloga, Los Boldos 458, Isla Teja, Valdivia, Chile. E-mail: franpoblete@yahoo.com.ar

Manuel Delgado es profesor de Antropología, del Departamento de Antropología Social e Posgrado en la Section de Sciences Réligieuses de l’École Pratique des Hautes Études, Sorbona de París. Desde 1986 es profesor titular de etnología religiosa en el Departamento de Antropología Social de la Universidad de Barcelona. Ha dictado clases y conferencias en la Universidad La Sapienza de Roma, L’Aquila, Lovaina, del Valle (Cali, Colombia), Medellín, Santa Fe de Bogotá, Guadalajara (México), Santa Sofía de Tokio y Lisboa. Ha trabajado especialmente en torno a la construcción de la etnicidad y las estrategias de exclusión en marcos urbanos; también se ha interesado por las representaciones culturales en la ciudad y las nuevas formas de culto en el mundo contemporáneo. Ha sido comisario de la exposición “La ciudad de la diferencia”, en Barcelona, Madrid, Marsella, La Coruña y San Sebastián. Es director de la colección “Biblioteca del Ciudadano”, en la Editorial Bellaterra. Es miembro del Consejo de dirección de los Quaderns de l’ICA. Actualmente forma parte de la junta directiva del Instituto Catalán de Antropología; también es miembro de la Comisión de Estudio sobre la Inmigración del Parlamento de Cataluña. Además de numerosos artículos en revistas nacionales y extranjeras, es editor de las compilaciones Antropologia social (1994) y Ciutat i immigració (1997). Ha escrito los libros De la muerte de un dios (1986), La ira sagrada (1992), Las palabras de otro hombre (1993), Diversitat i integració (1998), El animal público (Premio Anagrama de ensayo, 1999), Ciudad líquida, ciudad interrumpida (1999) y Luces iconoclastas (2001). La entrevista que presentamos a continuación es producto del estudio de caso: “Patrimonio y Comunicaciones en los Museos de Cataluña”, Pasantía Fondart 2004, gracias a la invitación del profesor Miquel Rodrigo Alsina de la Universidad Autónoma de Barcelona, Dpto. de Comunicaciones, y el apoyo de la Dirección Museológica de la Universidad Austral de Chile.



M: Buenos días profesor Delgado, le agradecemos que nos haya permitido reunirnos con usted y hacer esta entrevista.


MD: Un placer.


M: Nos gustaría que usted nos dé algunas definiciones de la noción de patrimonio, donde se incluye lo cotidiano, lo público, el espacio urbano, etc.


MD: La definición canónica de patrimonio remite a lo que una generación recibe de otras anteriores como herencia, lo que se puede transmitir, y, por extensión, todo aquello que un grupo humano, o también un individuo, reconoce como propio, como apropiado y como apropiable, y en lo que se resume su sentido de la identidad.



M: ¿De qué manera es utilizado el patrimonio por las personas dentro del ámbito de lo cotidiano? ¿Cuál es la utilidad del patrimonio en esos términos?

MD: El patrimonio sirve esencialmente para que los seres humanos tengan un cierto sentido de la continuidad, que entiendan que no acaban en sí mismos, que continúan en todos y cada uno de los demás con quienes conviven, y que antes que ellos hubo otros que les precedieron, y que después habrán otros que les van a suceder. En este sentido, el patrimonio ya no es solamente el pasado de ese grupo humano que tal grupo reclama como propio; también es el futuro. El futuro también se hereda. Así, tanto en la dimensión pre figurativa como la post figurativa, el patrimonio no puede ser sino usado, es su uso y no otra cosa que su uso.


Manuel Delgado.


M: Usted comentaba en el libro que acaban de publicar “Calle, Fiesta y Revuelta” (Coord. Manuel Delgado, Barcelona 2003. Ed. Dpto. Cultura de la Generalitat de Catalunya), que se remite a un patrimonio vivo, a un patrimonio que tiene un carácter político o social, ¿cómo se vive ese patrimonio dentro de los espacios públicos?

MD: En primer lugar, cuando hablamos de patrimonio y de lo que es patrimonializable uno siempre tiende a evocar aquella famosa interrogante que se la hace uno o se la hace a otros, cuando les preguntan qué es lo que en ciertas circunstancias salvarían de una catástrofe, o qué es lo que se llevarían consigo a una isla desierta. En el fondo, tanto a nivel colectivo como a nivel individual, en esos casos uno tiene que hacer un balance. Si todo fuera patrimonializable, acabaríamos haciendo una reducción al absurdo en que nada lo sería. Cuando uno habla de patrimonio escoge entre todo lo posible aquello que merece la pena ser rescatado del tiempo y de la acción humana. Justamente uno tendería a no tirar a la basura de lo que no se desprendería y que consideraría no como únicamente suyo, sino aquello que resume al propio individuo y al grupo al cual pertenece. Así pues, cuando uno tiene que hacer el balance de quién es como individuo y como miembro de una colectividad, lo que tiene que ver a su alrededor es qué es lo que merece la pena reclamar como herencia de otros que han venido antes que él, y lo que él entiende que debe darle a los que vienen después como su herencia. En ese orden de cosas, en efecto, la vida cotidiana, lo que un padre o una madre enseña a sus hijos cuando salen a pasear y le muestran ciertos puntos, ciertos sitios, ciertos lugares, los lugares que se recorren, los lugares de los que se es asiduo, las prácticas cotidianas y los lugares donde se producen; todo eso va a formar parte de ese patrimonio que ese individuo va a llevar consigo. El amor que tenemos, por ejemplo, por los barrios, no tiene que ver sino con esa experiencia que tiene tanto de pedagógica, y que consiste en haber hecho allí un cierto aprendizaje sentimental. Eso es lo que uno entiende como patrimonializable; lo que de una forma u otra lleva inscritas las huellas de quienes y de quien desearía que fueran quienes le sucedieran, aunque sea únicamente para no olvidarles. Así pues, la vida cotidiana tiene sus elementos, de los que nuestra memoria individual y colectiva extrae algunos elementos para conformar con ellos eso que damos llamar patrimonio. Que eso lo haga también la administración en nombre de lo que es la memoria es otra historia. La administración, los poderes políticos, en cualquiera de los niveles, también llevan a cabo esta tarea. Lo que ocurres es que esa tarea tiene una vocación de institucionalidad; se pretende el único patrimonio, y se pretende, se muestra, se exhibe como la única memoria posible, frente a la cual las memorias mínimas, microscópicas, en urdiembre de los demás grupos o individuos que administra, son en el fondo irrelevantes. La pretensión de ese patrimonio institucionalizado es justamente la de ser realmente común, mientras que la memoria y su patrimonio, lo que en ella haya de patrimonio, es colectiva, se comparte en el sentido de que todos y cada uno de nosotros tenemos una parte de ella y hacemos continuar la de los demás en nosotros, y buscamos en los demás la continuación. Son cuestiones distintas entonces; por una parte ese patrimonio que es el de los grupos e individuos, que es por definición difuso, plural, heterogéneo, polifónico, y luego está ese discurso oficial que señala los puntos con los cuales conformar monumentos, los temas que los monumentos tiene que tener; dice que eso es patrimonio, y lo demás vaya usted a saber lo que es.


MG: Yendo a los actores que gestionan el patrimonio, fuera o dentro de los museos, podríamos hablar al menos de tres actores: el Estado, el sector privado y la comunidad en sí misma. ¿Cómo ve usted el manejo que se hace desde ellos? ¿Se podría hablar de distintos tipos de gestión? 


MD: El patrimonio que se pretende cristalizado o cristalizable, que se muestra como Patrimonio con mayúsculas, el único posible, por parte de la administración, o por parte de entidades privadas, es un patrimonio que funciona en base a una unificación o homogeneización, y por tanto es una máquina de rasar, de mostrar lo que se obtiene como patrimonio como lo único posible. Ese es el patrimonio que se gestiona. En ese sentido, no es que el patrimonio se gestione, sino que es lo que se gestiona lo que es el patrimonio. El patrimonio no está ahí antes de la gestión. La gestión produce el patrimonio, lo señala, lo decide, lo delinea. Por lo tanto, patrimonio cultural, en este caso, es lo que los que se encargan de investigarlo, deciden que merece serlo. Y lo demás no es nada. En cuanto al otro, el patrimonio colectivo, no se gestiona, se gesticula, circula. Porque de hecho no es otra cosa que una gesticulación, no puede fijarse en ningún sitio. Puede uno detenerlo de la manera en que se puede detener cierto mohín en una imagen fotográfica, y luego la muestra como una imagen ilustrativa, pero se debe renunciar a cualquier cosa que se parezca, ya no a museificarla, sino simplemente detenerla. Porque no hace otra cosa que alimentarse de lo mismo que la agita.


MG: ¿Hay casos donde la comunidad se haya articulado para defender su territorio?

MD: Barcelona es una ciudad que es conflictiva. Lo está siendo ahora mismo, si piensan en el Carmel, en Ciutat Bella, hay por doquier referentes de conflictos graves, conflictos por lo demás violentos. Es una ciudad conflictiva. Por suerte, claro. Eso sí que es patrimonio. Nada más patrimonializable que el conflicto.

Sea cual sea el asunto, si uno lo atiende de una forma disciplinada, científica, tendrán por fuerza que reconocer este aspecto conflictivo. Si atendiéramos al patrimonio en su sentido más tópico, lo museografiable, ni siquiera en ese caso tendría por qué excluir el conflicto. Es una sombra alargada que se proyecta sobre cualquier tema que se quiera escoger. Si uno decide trabajar fiestas, por muy poco que las entienda, verá que todas ellas expresan conflicto. Por tanto, esa volunta de despolitizar, o desconflictivizar el patrimonio me parece un gran fraude. En cuanto a otras experiencias, la gran virtud que ha tenido es la de combinar objetos tradicionales y asuntos más inéditos, más asociados a lo que llamaríamos el patrimonio vivo. Las pruebas inequívocas de cómo los ciudadanos son capaces de crear cultura. Es importante tenerlo en cuenta en un contexto en que prácticamente en todo el mundo la idea de cultura se asocia con un concepto pentecostal. Como algo perteneciente a un dominio ni siquiera claramente humano, trascendente, poco menos que místico, que desciende sobre los mortales como lenguas de fuego y los bendice, o los salva de algún tipo de mundanidad. Yo creo que justamente los trabajos del inventario deberían poner de manifiesto que a ras del suelo se produce cultura. Los antropólogos podemos aportar con alguna cosa, sobre todo en la mención de que todo es interesante, especialmente aquello que no lo parece. La idea de que no hay temas menores es algo que deberíamos dar a conocer y entender. En primer lugar, para que los propios protagonistas de esta vida a ras de suelo la pongan en valor. Y por otra parte, para que el cientista social entienda que no existan formas menores de vida social, que no existen fuentes de conocimiento prescindibles sobre la vida social. Y la antropología debería poner acento en que su asunto, la diferencia, está en la materia primera que nutre el mundo humano, el individuo.


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